La NASA anuncia el hallazgo más sugerente hasta ahora en Marte: biofirmas potenciales que abren el debate sobre si el planeta rojo fue alguna vez un lugar vivo.
La roca que habló demasiado.
En septiembre de 2025, la NASA presentó un hallazgo que sonó a ciencia ficción con fecha y hora: en el cráter Jezero, el rover Perseverance encontró en la roca Cheyava Falls unas manchas moteadas, bautizadas como “de leopardo”. No era un capricho visual, el análisis químico reveló una mezcla de vivianita y greigita asociada a materia orgánica. En la Tierra, esa combinación suele señalar actividad microbiana en ambientes acuáticos fríos, donde los microbios transforman hierro y azufre para obtener energía. El detalle más relevante: las reacciones parecen haber ocurrido hace entre 3.200 y 3.800 millones de años y a baja temperatura, lo que descarta explicaciones cómodas como vulcanismo o fuentes hidrotermales. La NASA lo llama “biofirma potencial”, un concepto diseñado para mantener a raya tanto la euforia como el escepticismo. En la práctica significa, “es posible que haya vida en el registro fósil, pero aún no lo sabemos”. Los medios, menos prudentes, lo tradujeron en titulares como “rastros de vida en Marte”. La disonancia no es casual: la ciencia necesita pruebas, la política mediática necesita titulares. Dos lenguajes, dos agendas, y una roca que de pronto se convirtió en pieza de museo aún encerrada en el vientre de un robot.
Un planeta con antecedentes sospechosos.
El hallazgo no surge de la nada. Marte acumula un historial de pistas que incomodan al relato del planeta muerto. En 2019, el rover Curiosity midió el mayor pico de metano en la superficie marciana: 21 partes por mil millones, con variaciones estacionales que recordaban a ciclos biológicos terrestres. El metano puede ser liberado por microbios metanógenos, aunque también por fracturas en rocas. En 2022, un análisis isotópico reveló enriquecimiento en carbono-12 en sedimentos del cráter Gale. En nuestro planeta, tal sesgo suele apuntar a metabolismo microbiano, aunque algunos científicos lo explicaron como polvo interestelar. Un año después, Perseverance identificó compuestos orgánicos atrapados en sulfitos y carbonatos de antiguos deltas fluviales, lo que sugería que los lagos marcianos guardaban los ingredientes básicos de la vida. En marzo de 2025, Curiosity volvió a sorprender al recalentar rocas arcillosas y liberar alcanos de cadena larga: decano, undecano y dodecano. Estas moléculas, asociadas en la Tierra a ácidos grasos, son más difíciles de justificar por simple química mineral. Nada de esto prueba la existencia de vida, pero la acumulación de indicios dibuja un Marte menos estéril de lo que dicta la tradición y más parecido a un laboratorio congelado de posibilidades biológicas.
Cautela científica y retórica política
El ecosistema científico reaccionó con una mezcla de entusiasmo y precaución. La jefa científica de la NASA, Nicky Fox, recordó que lo hallado es una “biofirma potencial”, fórmula que evita tanto los titulares triunfalistas como los desmentidos posteriores. El autor principal del estudio, Joel Hurowitz, insistió en que procesos geoquímicos no biológicos aún pueden imitar estas huellas. Geólogos como Nahúm Méndez alertaron de que la vivianita aparece también en depósitos inorgánicos, y que incluso un cráter puede retener calor volcánico suficiente para producir reacciones sin necesidad de microbios. Y, sin embargo, el administrador interino Sean Duffy declaró ante la prensa que se trataba del “rastro de vida más claro que hemos visto”. Una frase que desliza a la opinión pública la idea de descubrimiento, pese a que el término técnico sigue siendo condicional. Entre medias se juega una partida política nada menor: el programa Mars Sample Return, que debería traer a la Tierra las muestras selladas por Perseverance, sufre recortes presupuestarios y dudas estratégicas. Cada biofirma anunciada no solo alimenta artículos científicos: se convierte en argumento para defender que esas rocas deben llegar a laboratorios terrestres antes de que otra potencia, como China, reclame el liderazgo con su propio retorno previsto para antes de 2030.
Una comunidad dividida entre entusiasmo y escepticismo.
La publicación en Nature dio al hallazgo una credibilidad difícil de ignorar. Expertos como Christian Schröder, del Instituto Max Planck, lo consideraron “la primera vez que vemos procesos compatibles con biología” en Marte. Otros fueron menos optimistas. Antonio Molina, del Centro de Astrobiología, señaló que incluso si la muestra llega a la Tierra, puede que solo contenga huellas indirectas: minerales y patrones químicos sin moléculas inequívocas como lípidos o ácidos nucleicos. El geólogo Michael Tice confesó que la sola posibilidad de vida le impidió dormir una noche. La comunidad está, en suma, partida entre la fascinación y el escepticismo. La astrobiología exige pruebas extraordinarias para afirmaciones extraordinarias, y el recuerdo de fiascos previos pesa: en 1996, la roca ALH84001 fue celebrada como fósil microbiano y luego reinterpretada como curiosidad mineral. Nadie quiere repetir esa decepción. El debate actual oscila entre quienes ven en estas señales la antesala de un anuncio histórico y quienes las leen como un nuevo capítulo de la larga saga de falsas alarmas marcianas. Ambos coinciden en una cosa: las muestras deben analizarse en la Tierra con técnicas imposibles de miniaturizar para un rover.
Lo que está en juego.
La discusión trasciende la geología marciana. Lo que está en juego es una de las preguntas fundacionales de la ciencia: ¿somos un accidente o un patrón? Si las biofirmas de Jezero se confirman, significaría que dos planetas vecinos generaron vida de forma independiente hace miles de millones de años. La implicación es monumental: la vida no sería una excepción cósmica, sino una consecuencia estadística de la química planetaria. El universo, lejos de estar vacío, podría estar sembrado de microbios esperando ser descubiertos. Pero hay también un plano más terrenal: el de la financiación y la geopolítica. El programa Mars Sample Return necesita miles de millones de dólares en un contexto de recortes y prioridades cruzadas. La competencia con China añade urgencia: perder la carrera por traer a la Tierra el primer trozo de Marte con potencial biológico sería un golpe simbólico y estratégico. En paralelo, la opinión pública oscila entre la fascinación y el escepticismo, y los congresistas calculan votos y presupuestos más que biofirmas. En el centro de este pulso, Perseverance guarda en un tubo de titanio el núcleo “Cañón Zafiro”. Puede ser la cápsula que cambie para siempre la narrativa de nuestra soledad cósmica o, en el peor de los casos, la confirmación de que Marte fue solo un fenómeno geológico. Entre una hipótesis y la otra se juega no solo la ciencia, sino la visión de humanidad que proyectamos hacia el cosmos.
Referencias: NASA Science News (2025, sección “Posibles biofirmas en Jezero”); Nature 645:332–340 (2025, Hurowitz et al.); Reuters Science News (2025, sección “Declaraciones oficiales”); El País (2025, sección Ciencia); National Geographic LA (2025, sección Astrobiología).
🪐 ¿HUELLAS DE VIDA O ESPEJISMO MINERAL?
Marte, “biofirma potencial” y un planeta que se resiste a estar muerto
Perseverance ha encontrado en Jezero señales químicas sugestivas. La NASA habla en condicional; los titulares ya rozan el “¡vida en Marte!”. Entre la prudencia y el entusiasmo, la discusión está servida.
¿Ciencia rigurosa o hype útil para traer muestras a la Tierra? ¿Recuerdos del caso ALH84001 o un descubrimiento que cambia el guion? Aquí ponemos los datos; tú pones el criterio.
🧪 Preguntas para el debate
- ¿“Biofirma potencial” es prudencia necesaria o cortina de humo comunicativa?
- Si la química puede imitar vida, ¿qué prueba aceptarías como definitiva?
- ¿Debe priorizarse el programa de retorno de muestras aunque cueste miles de millones?
- Si China trae antes sus muestras, ¿perdemos liderazgo o ganamos ciencia igual?
- ¿Estamos preparados para un “sí” rotundo… o para otro desmentido histórico?
En TecnoTimes analizamos la evidencia sin humo: química, geología, política espacial y cómo contamos la ciencia al público.
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JL Meana — TecnoTimes
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