Un cielo cada vez menos cielo.
Cómo convertir el firmamento en una rotonda orbital de tráfico intenso.
Durante miles de años, el cielo nocturno fue lo más parecido a un archivo histórico universal. Ahora se parece más a una pantalla de Times Square, pero sin botón de apagado. Mientras la ESA prepara ARRAKIHS (Analysis of Resolved Remnants of Accreted galaxies as a Key Instrument for Halo Surveys) , una misión diseñada para descifrar los susurros más débiles del universo, el sector privado ha decidido que el cielo es un excelente lugar para instalar su infraestructura de telecomunicaciones. Total, es gratis y nadie protesta… salvo toda la comunidad astronómica.

El estudio publicado en Nature por Alejandro Serrano Borlaff, del Centro de Investigación Ames de la NASA (2025), advierte que ARRAKIHS podría ver arruinado hasta el 96% de sus fotogramas por estelas de satélites. SpaceX, Amazon, China y otros actores parecen estar compitiendo por ver quién es capaz de convertir la órbita baja (LEO) en un atasco permanente. No es la típica lucha entre ciencia y mercado, es un choque frontal entre quien mira al cosmos para comprenderlo y quien lo quiere convertir en autopista digital sin límite de velocidad.
La premisa de este conflicto es simple, ARRAKIHS necesita oscuridad. Las megaconstelaciones producen lo contrario. Y entre ambas realidades, se está decidiendo el futuro del cielo como bien común o como simple espacio logístico.
Ciencia de precisión en un entorno que deja de serlo.
Un telescopio para ver fantasmas estelares en medio de un circo de LEDs orbitales.
ARRAKIHS no busca galaxias brillantes ni explosiones espectaculares. Busca los restos óseos, las cicatrices pálidas de pequeñas galaxias destruidas hace miles de millones de años. Intenta resolver las crisis fundamentales del modelo estándar de la cosmología, conocido como: \(\Lambda\) (Lambda), y la Materia Oscura Fría (CDM), como el eterno misterio del «Problema de los Satélites Perdidos«, y el problema “Too Big to Fail” (Demasiado Grande para Fallar), que suena a crítica bancaria, pero describe halos de materia oscura que deberían existir… y no aparecen, lo que indica una tensión estructural entre la teoría y la observación.
Para ello necesita ver señales débiles hasta el absurdo, 31 mag/arcsec². Es decir, mirar un cielo cien veces más oscuro que el cielo más oscuro que puedas imaginar y aún pedir que bajes la luz. Eso exige largas exposiciones, detectores ultrasensibles y una órbita estable a 800 km.
Por desgracia, esa misma órbita ahora es una mezcla de carril bici, autopista y parque logístico para satélites de todas las banderas. ARRAKIHS fue diseñado para cazar fotones esquivos, no para esquivar faros orbitales que atraviesan su campo visual cada pocos segundos.
La misión nació para mirar el universo profundo. El universo, aparentemente, ha respondido instalándole un peaje en forma de megaconstelaciones brillantes.
Megaconstelaciones, del servicio público a la carrera armamentística orbital.
Starlink, Kuiper, China y el síndrome del “yo también quiero mi nube de satélites”.
Nadie niega que Starlink revolucionó el sector. En cinco años ha pasado de idea arriesgada a tapizar la órbita baja con miles de satélites. El problema ya no es su existencia, sino su multiplicación. China quiere la suya. Amazon quiere la suya. Empresas de nombres vaporosos quieren constelaciones de cientos de miles de unidades sin haber fabricado una sola.
Pero el giro más agresivo llegó con los satélites «Direct to Cell» (DTC). El concepto es simple, hacer que un móvil normal se conecte directamente a un satélite. El coste energético de esa magia, satélites mucho más brillantes, más grandes y más cerca del suelo. Una receta perfecta para arruinar cualquier observación astronómica que dependa de la oscuridad.
El estudio de Anthony Mallama (investigador estadounidense especializado en fotometría) demuestra que un DTC es casi cinco veces más brillante que un Starlink V2 Mini. Esto no es una molestia visual, es un misil fotométrico directo a la línea de flotación de misiones como ARRAKIHS. Un solo DTC brillando en la dirección equivocada durante una exposición puede saturar columnas enteras de un detector.
En resumen, la conectividad avanza, sí. Pero lo hace pasando por encima de la astronomía con la suavidad de una apisonadora.
El satélite no solo arruina la foto, arruina la ciencia.
Por qué una estela no es una línea inocente, sino un artefacto tóxico.
El debate público suele simplificar el problema, “Es solo una línea brillante, se puede borrar.” Ojalá.
La realidad técnica es otra, saturación del detector, blooming, diafonía electrónica, ruido de fondo distorsionado, residuos que imitan estructuras débiles y artefactos persistentes que sobreviven a las técnicas de apilado. El apodo “rayos cósmicos macroscópicos” que usa el equipo de ARRAKIHS es brillante, pero se queda corto. Los satélites modernos son faros móviles que abren heridas en sensores diseñados para contar fotones como si fueran piezas arqueológicas.
Borlaff predicen 69 estelas por exposición. El Gerente del Proyecto de la ESA, Carlos Corral, responde que eso solo daña un puñado de píxeles cada vez. Ambos tienen razón a su manera, pero ambos omiten lo importante, incluso si limpias las estelas visibles, queda un poso invisible que altera las estadísticas de fondo. Y en un proyecto que trabaja al límite de lo detectable, alterar el fondo es alterar la ciencia.
En astronomía ULSB (Brillo Superficial Ultra Bajo) no hay margen, cualquier ruido residual no es una molestia, es un sabotaje.
Ética orbital: quién decide qué cielo heredan las próximas generaciones.
Del patrimonio cultural al experimento de geoingeniería involuntaria.
El impacto no es solo técnico. Es cultural, filosófico y ético, de «Res Nullius» (propiedad de nadie, libre para tomar) a «Res Communis» (propiedad de todos, herencia compartida). Convertir el cielo en un tablero publicitario sin consenso global es una forma de privatización silenciosa. Las comunidades indígenas que dependen de constelaciones oscuras para preservar cosmovisiones enteras están viendo desaparecer parte de su patrimonio inmaterial. La palabra “astrocolonialismo” ya no es retórica, describe una realidad que está sucediendo en directo.
La normativa espacial es ridícula para afrontar este escenario. El Tratado del Espacio (OST) de 1967, parece redactado por alguien que creía que el espacio sería eternamente vacío. La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de EE. UU. actúa como regulador global, de hecho simplemente porque las empresas como SpaceX y Amazon son estadounidenses. Y la NEPA (Ley de Política Ambiental Nacional) considera que lanzar miles de satélites “no afecta al entorno humano”, lo cual es una pirueta conceptual digna de museo.
La IAU (Unión Astronómica Internacional) intenta negociar, pero su capacidad de presión es tan simbólica como un límite de velocidad en un tramo sin policía. Y mientras tanto, cada año reentrarán (desorbitarán) más satélites, depositando aluminio y otros metales exóticos en capas atmosféricas que no entendemos del todo, y tiene un impacto ambiental obvio.
Estamos improvisando ingeniería planetaria para arreglar un problema que hemos provocado sin leer el manual.
ARRAKIHS sobrevivirá. El cielo científico… no está tan claro.
La misión seguirá adelante, el modelo de astronomía en LEO, quizá no.
ARRAKIHS probablemente completará su misión. No será la experiencia prístina que soñó su equipo, pero la combinación de dithering, apilado y algoritmos permitirá rescatar la mayor parte de la ciencia. Quizá se pierda un 5%, quizá un 10%. No será el apocalipsis.

El verdadero problema es el precedente, si las megaconstelaciones siguen creciendo a seis cifras, ARRAKIHS es una misión «Clase F» (Rápida) con un presupuesto limitado, será de las últimas misiones capaces de operar en LEO con ciencia de precisión. Las siguientes podrían ser simplemente inviables. O demasiado caras. O relegadas forzosamente al punto L2 (Geoestacionaria, a 1,5 millones de km), que es maravilloso… pero no barato.
El cielo oscuro es un recurso finito. Y está siendo consumido en silencio. Lo estamos envolviendo en una capa tecnológica (tecnoesfera) que prioriza la conectividad a corto plazo sobre la relación milenaria de la humanidad con el cosmos. No es una metáfora alarmista, es el principio de una era en la que mirar al universo podría convertirse en un lujo técnico reservado a pocas misiones de gran presupuesto.
La pregunta ya no es si ARRAKIHS funcionará. Es si aceptamos vivir bajo un cielo que ya no pertenece a nadie o que, silenciosamente, empieza a pertenecer a unos pocos.
🧠 DEBATE TECNOTIMES | 2025
¿Puede la ciencia seguir mirando al universo si convertimos el cielo en una autopista orbital? 🚀🌌
La misión ARRAKIHS intenta estudiar las señales más débiles del cosmos justo cuando miles de satélites empiezan a iluminar la órbita baja como si fuera un escaparate permanente. Entre la ciencia que susurra y las megaconstelaciones que gritan, surge un conflicto que va mucho más allá de los telescopios.
¿Estamos ante un simple choque entre astronomía y telecomunicaciones… o frente a una transformación irreversible de un bien común planetario? Lo que decidamos hoy marcará cómo observarán el cielo las próximas generaciones, si es que aún queda cielo que mirar ⭐.
- 🧩 ¿Es ético permitir que empresas privadas modifiquen la visibilidad del cielo nocturno para toda la humanidad?
- 🔐 ¿Debe establecerse un marco internacional que limite el brillo y la cantidad de satélites activos?
- ⚙️ ¿Puede la astronomía de ultra bajo brillo sobrevivir en un entorno orbital cada vez más saturado?
- 🚨 ¿Quién debería decidir qué pesa más: la conectividad global o la integridad científica del cosmos?
💬 Tu opinión cuenta: ¿estamos conectando el mundo… o desconectándonos del universo?
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JL Meana — TecnoTimes
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Etiquetado análisis TecnoTimes, ARRAKIHS, astronomía espacial, brillo satelital, cielo oscuro, ciencia y conectividad, contaminación lumínica orbital, Direct to Cell, espacio y sociedad, ética espacial, gobernanza orbital, impacto en la astronomía, megaconstelaciones, misiones de la ESA, órbita baja terrestre, patrimonio del cielo nocturno, skyglow orbital, Starlink, tecnología y ciencia, telescopios en LEO, tráfico espacial